EL ÁRBOL DE LA CULTURA Y SU SIMBOLOGÍA

Un diálogo entre culturas y religiones sólo puede alcanzar el nivel de superficial, si no se hace a nivel de las creencias básicas y de su forma de razonar a partir de ellas. Sin alcanzar ese nivel, el encuentro entre culturas y sus religiones se reduce a una mera convivencia.PRINCIPIO DE RELATIVIDAD CULTURAL contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo
La mera convivencia no está protegida contra los roces y desencuentros entre los distintos seguidores. Éstos pueden desembocar en graves tensiones e incluso enfrentamientos violentos.
Con el análisis de este Árbol de la Cultura intento sentarlas bases de una educación intercultural, que debería ser transversal. La disciplina de la Antropología Cultural sería la más indicada para llevar a cabo esta tarea.HUMANISMO SIN FRONTERAS.
Concepto de cultura
Hablando con profesores de Filosofía, compañeros de mi departamento, pude comprobar que lo que se suele llamar “cultura” no afecta al ser de la persona. Se entiende como una especie de vestido externo, que no influye en la naturaleza del hombre, que la crea, aunque desde niño ya es educado en ella. Según esta generalizada opinión, desde nuestra infancia vamos siendo enculturizados, pero sólo superficialmente.
Para aclarar esta situación, creo que lo mejor es esclarecer el concepto mismo de “cultura”. Es una palabra que se utiliza mucho en el lenguaje cotidiano, en revistas, prensa de todo tipo, discursos políticos y científicos, etc. Se trata de una palabra que se carga con muy diversos significados.
Por ejemplo, hay periódicos que dedican un apartado a “cultura” y en él meten temas de cine, música, teatro, novela, etc. Suponen que el resto del periódico, incluido su papel, no es cultura. Hay Casas de la Cultura dedicadas a reuniones de todo tipo, conferencias, seminarios, mítines políticos, etc. Pero el edificio mismo no es cultura. Sólo los actos que se celebra en él lo son. Hay Ministerio de Cultura, suponiendo que lo que se maneja en el resto de los ministerios no es cultura.
Se podrían poner muchos ejemplos. Si los tomamos en su conjunto, es fácil ver el confusionismo con que se maneja esta palabra y su contenido.
Analicemos brevemente el término “cultura”[1]. Viene del verbo latino colo, que significa “cultivar”. Ahora bien, el hombre cultiva la Naturaleza que le rodea en todas sus dimensiones: cultiva la tierra, los árboles y toda clase de plantas. Crea sus propios refugios desarrollando sus múltiples formas de arquitectura. Crea las distintas formas de comunicarse: lenguas y diversidad de instrumentos. Crea la escritura, las medicinas, todos los medios de transporte, los deportes, y toda forma de cultivar su propio cuerpo y su espíritu, etc., etc.
Se puede decir entonces que “cultura” es todo cuanto el hombre crea. Explico el concepto en mi libro antes citado. “Cultura” es:
Un “habitar un lugar transformándolo en todas sus dimensiones” y cuidando de él. Es como si hiciéramos una “habitación” del lugar que habitamos, como si lo hiciéramos a nuestra medida. “Cultura” es, entonces, todo cuanto el hombre crea transformando la Naturaleza en torno suyo y la suya propia.
Esa “Naturaleza transformada” se convierte para él en un círculo dentro del cual se mueve, una “habitación” que le es familiar y que llega a formar parte de su mismo ser y vivir de cada día. “Cultura” es el Oikos o “casa”. De ahí el sentido cultural profundo de “ecología”.
He analizado muchas definiciones de “cultura”. Todas me parecieron incompletas o muy confusas.
El árbol de la cultura
Veamos ahora los apartados del Árbol de la Cultura, que expongo en la ilustración anterior.http://Pluralidad de religiones y pluralidad de culturas
En el árbol se desatacan tres niveles: las raíces, el tronco y las ramas. En las raíces se crea la vida que se transmite al tronco y éste la sube hasta ramas. Las tres son esenciales para que el árbol sea árbol; es decir, para su esencia. Sin embargo, lo más determinante está en las raíces.
Cada parte de la ilustración tiene su propio simbolismo. Las raíces representan aquellas creencias básicas de las que vive todo ser humano. Suele vivirlas de forma inconsciente. No se da cuenta de que son eso, creencias. Ellas son las que dirigen su vida cotidiana: su moral, su religión, su política, su vida familiar y social, etc.
Por su carácter fundamental y porque más allá de ellas ya no se plantean preguntas, las llamo mitos. Mito se toma aquí como aquella creencia última, que se toma como definitiva e incluso como algo “natural”. No se discute. Más allá de ella ya no se hacen preguntas. Como se dice vulgarmente, es una creencia que “va a misa”.
Pues bien, entre esas creencias destaco algunas, que recojo en el árbol de la imagen anterior. Son las siguientes:
–Mito sobre el origen del cosmos.
Todas las culturas tienen algún mito con el que intentan explicar el origen del Universo. El más conocido en Occidente es el Mito del paraíso Original. Actualmente, el Occidente secularizado y guiado por una nueva Cosmología, que dice ser “científica”, tiene el Mito del Big Bang. Digo “mito”, porque cumple las mismas condiciones que caracterizan a los mitos antiguos.[2] Se parte de una base empírica más o menos verificada y de ella se da el salto a una determinada explicación del origen del cosmos.
–Mito del origen del hombre
Con frecuencia forma parte del mito cosmogónico. El deseo de conocer el propio origen no le deja descansar si no encuentra una explicación. Quiere saber de dónde viene, para encontrar un sentido a su existencia. Llevado por ese deseo o necesidad crea, en algunas culturas como la judía, largas genealogías. Nos gusta saber quiénes fueron y son nuestros antepasados.
-Mito del origen del mal
Se da en todas las culturas y religiones. El hombre experimenta el mal en su vida cotidiana, tanto personal como social. A nivel personal experimenta la enfermedad, la muerte, el odio hacia otras personas, la envidia, la dureza del trabajo, las necesidades básicas que no puede satisfacer: hambre, desnudez, infelicidad; formas de dolor espiritual y material, etc
Experimenta el mal social: la agresividad de unos hacia otros, el afán de dominio de unos sobre otros, las epidemias, las guerras, etc. No hay un momento de la historia de la humanidad en el que no haya algún tipo de guerra de unos contra otros. También entran los desastres naturales, que provocan miles y miles de muertos: inundaciones, volcanes, huracanes y tornados, tsunamis, terremotos, etc.[3]
En la explicación del origen del mal intervienen personajes de todo tipo: dioses, demonios, el mismo hombre, o incluso animales, como la serpiente, el lagarto, etc.
–Mito sobre el Ser Supremo o Divinidad
El hombre no sabe vivir sin tener un Ser Supremo como la Causa Última de todo lo que existe. Lo puede concebir de manera consciente y refleja o lo puede suponer, aunque no lo explicite.
La existencia de un Ser Supremo es una necesidad trascendental de la razón humana. Y lo es de tal manera que el ateo absoluto ni existe ni puede existir.[4] El que se dice ser ateo lo es siempre con relación a una determinada concepción que él tiene sobre la Divinidad. Es un hecho históricamente comprobado que cuando niega a Dios bajo el nombre que sea, lo hace siempre en nombre de otro Dios, que o bien lo confiesa abiertamente o lo supone de manera inconsciente.
Un análisis trascendental de su ateísmo siempre da como resultado la existencia de ese dios y esa religión que subyace en el pensamiento del ateo.
Y es que el ser humano necesita de la Divinidad o un Ser Supremo que le ayude a entender todo lo que existe. Le puede dar muchos nombres: Yahvé, Dios, Alá, Ahura Magda, Júpiter o Zeus, etc. Todos son nombres creados por él mismo. Ninguno se puede considerar como el verdadero nombre de Dios. Y es que Dios, como dicen importantes teólogos y místicos de distintas religiones, es innombrable. Y lo es, porque, por su misma naturaleza, es absolutamente trascendente a todo lo que Él ha creado y a todo cuanto el hombre pueda crear, incluidos todos esos nombres divinos.[5]
–Mitos escatológicos o sobre el Más Allá tras la muerte
Se trata de visiones sobre cómo será la vida tras la muerte, suponiendo que su espíritu es inmortal. Al hombre no sólo le preocupa saber de dónde viene. También siente la necesidad de aclarar hacia dónde camina su existencia. Se preocupa por su futuro en la Tierra, pero le produce profunda inquietud saber cuál será su futuro después de morir.
Como respuesta a esa pregunta crea los que se llaman paraísos escatológicos. Los imagina como estados de felicidad en los que podrán satisfacer todos aquellos deseos de bienestar que buscó en la Tierra y no pudo alcanzar.
Todas las culturas tienen alguna forma de paraíso escatológico. Se trata de una creencia fundamental y, por eso mismo, universal. Es una de esas raíces que dan vida a todo el resto de cada cultura. Estos mitos son la solución final al sentido de la vida de cada persona.[6]
La forma de imaginarse ese paraíso está muy condicionada por la situación existencial de cada pueblo: sus circunstancias geográficas, sus tradiciones, su forma de entender la felicidad, etc.
Generalmente, se pone en el paraíso final lo que no se tiene en esta vida. Los pueblos que experimentan en algún grado lo que es el calor y la sequía en zonas desérticas o semidesérticas o incluso menos carentes de agua sueñan con paraísos llenos de árboles frondosos, con sombra refrescante y grandes ríos que los cruzan. Son ejemplos la Paraíso islámico, el Campo de los Juncos de la religión egipcia, etc. Se busca protección del calor solar y fecundidad de la tierra.
Por el contrario, los que viven en zonas nórdicas ponen en su paraíso final la luz del Sol y de la Luna. El desierto no es un mal, porque no lo tienen. Sin embargo, el invierno y el hielo son vistos como desgracia. El que vive en el desierto desea que llegue el invierno y que las nubes le liberen del calor. El que vive en el Ártico desea que llegue el verano y la luz del sol.
Cada uno puede analizar el paraíso que él espera y ver la importancia que tiene para su vivir de cada día y, sobre todo, cuando reflexione sobre su propia muerte.
Los que no creen en un Más Allá como sucede en el comunismo marxista, por ejemplo, ponen su esperanza en alcanzar un paraíso terrenal. Para esta ideología, la historia de la humanidad terminará en un Paraíso Comunista en la Tierra, que durará indefinidamente. Este tipo de paraíso tiene un grave problema interno: sólo será “paraíso” para los que vivan en los últimos tiempos. Los que vivan y mueran antes tendrán que conformarse con trabajar para que sean felices otras generaciones en el futuro.
La importancia de estos mitos escatológicos es tal que quien los maneje, como hacen las jerarquías religiosas, tiene la llave del dominio de las conciencias de los demás. Son como el punto de apoyo de la palanca de Arquímedes. Ellas determinan los medios y modos de alcanzar ese final.
–Mitos del Gran Tiempo[7]
No se trata del tiempo atmosférico ni del que medimos con nuestros relojes. Tampoco trato del tiempo que tantos dolores de cabaza produce a la Filosofía y a la Física.
Entiendo por Gran Tiempo al que se cree que abarca el devenir de todo el Universo y, en particular, al devenir de la vida personal de cada uno de nosotros entendido como un todo.
La forma de concebir este Gran Tiempo impregna cada cultura en todas sus dimensiones. Determina el sentido que se da al devenir de todo el Universo, el que se da a nuestra existencia en esta Tierra, la moral que la rige cada día, el sentido de la muerte, la forma en que se concibe el Más Allá, etc.
En mi estudio sobre el Gran Tiempo he identificado tres formas principales de concebirlo: la visión lineal, la circular cíclica y la simultánea. Las analizo y desarrollo ampliamente en mi libro citado anteriormente. Aquí la recojo de forma muy sintética.
1-La visión lineal
Es aquella que ve el transcurrir del tiempo como una línea que se extiende indefinidamente hacia el pasado, pasa por el presente y se extiende indefinidamente hacia el futuro.
En esta visión nada se repite. Nada vuelve a ser como antes. La cultura griega no se repetirá como tampoco la egipcia, la romana, etc. No volverá la Edad de Piedra. Newton no volverá a existir. Lo viejo desaparece para siempre. Cada persona sólo existe una vez. El tiempo sólo transcurre hacia adelante. Cada uno de sus momentos es irrepetible. El día perdido es irrecuperable. Las malas acciones no se pueden volver atrás.
Ésta es la forma de pensar el tiempo en nuestra cultura occidental. La heredamos de la Biblia. Fue creada por los Profetas. La hereda el cristianismo y, probablemente durará muchos milenios más.
Nuestra visión de la historia humana la dividimos en Prehistoria, Historia Antigua, Historia Moderna e Historia Contemporánea. Vemos ese devenir como un progreso que va de los manos a lo más perfecto o desarrollado.
La idea del Progreso es un sub-mito de nuestra visión lineal del tiempo.
Esta creencia la tenemos tan asimilada que ni siquiera nos atrevemos a ponerla en duda. Por eso tiene la característica de creencia fundamental o mito.
2-La visión circular cíclica
En esta visión, el Gran Tiempo trascurre circular y cíclicamente. En ella, más temprano o más tarde, todo se repite. Existieron sucesivamente muchos Universos. El actual se disolverá para surgir otro nuevo. Y así, indefinidamente. La imagen de este devenir no es un solo círculo, sino una sucesión de círculos.
Esta repetición de círculos temporales no quiere decir que el tiempo se repita momento a momento, evento por evento, forma concreta de vida a la misma forma de vida con todos sus detalles.
El Gran Tiempo de la existencia humana tiene dos dimensiones: el de la Humanidad en cuanto tal y el de cada persona. Sobre el devenir de la Humanidad tenemos dos grandes mitos: el hindú de las Cuatro Yugas y el griego de la Cuatro Edades. Son muy similares. Es más, creo que la versión griega se deriva de la hindú. Sólo resumiré ésta, la hindú.
El hinduismo divide el Gran Tiempo en cuatro Edades o Yugas. Se trata de cuatro ciclos cósmico, que se repiten, son: Satya Yuga (Edad de Oro), Treta Yuga (Edad de Plata), Dwapara Yuga (Edad de Bronce) y Kali Yuga (Edad de Hierro).
En la Edad de Oro se da una humanidad perfecta, tanto física como moralmente. En un momento dado esa humanidad perfecta desaparece. No se explica claramente por qué desaparece. En la Edad de Plata, nace una Humanidad con un grado de perfección moral más bajo. En la Edad de Bronce, la Humanidad se sigue degradando. En la de Hierro, en la que estamos ahora, la degradación llega al máximo.
En esta forma de ver el tiempo se incluye por pura lógica el Mito del Degreso, que es un equivalente al del Progreso en la visión lineal.
A partir de ahí, el hinduista espera que todo retorne a la Edad de Oro y se empiece así un nuevo ciclo en el que se repiten esas edades.
Hasta aquí la visión del Gran Tiempo Cósmico. Dependiendo de esa visión cósmica está la visión del Gran Tiempo Personal, el de cada individuo humano. Este Gran Tiempo se concreta en la creencia en la reencarnación cíclica de cada persona.
3-La visión simultánea del Gran Tiempo
Hasta ahora parecía que sólo había dos visiones del Gran Tiempo, las anteriormente presentadas. Sin embargo, al estudiar la filosofía de fondo que tienen las culturas bantúes africanas, me di cuenta de que su visión del Gran Tiempo no se puede reducir ni a la circular cíclica ni a la lineal.
Los bantúes tienen una visión propia de la vida tras la muerte. Es visión viene determinada por su concepción del individuo humano. Éste no es una persona en el sentido occidental.
Para la mentalidad occidental, la persona es una entidad completa en sí misma, con sus derechos fundamentales intransferibles. Por ejemplo, si matas a Pedro, sólo matas a esa persona. La justicia te castigará por tu homicidio personal o particular. Has matado a un individuo.
Para el bantú, el individuo humano no es persona en ese sentido occidental cristiano. La esencia de su ser es ser con otros o ser parte de. Es parte de su familia, de su clan, de su tribu.
Si matas a un bantú, matas una parte de esa familia, clan y tribu. Tu homicidio afecta gravemente a esas entidades. Y la razón es la siguiente: Para un bantú es de máxima importante tener hijos, porque éstos prolongarán su vida tras la muerte manteniendo viva su memoria y convirtiéndolo en un “muerto viviente”. El difunto no muere del todo ni pierde su identidad mientras queden en esta vida descendientes que le recuerden y observen ciertos ritos por él.
Cuando ya no quede nadie que lo recuerde, se convierte en sólo “espíritu” y pasa a vivir al mundo de los espíritus, que están más próximos a la Suprema Divinidad., en un nivel de existencia superior. No obstante, como espíritu puede seguir interviniendo en la vida de los que aún están en la existencia terrena.
Si matas a un bantú, matas toda una cadena de vida, que formaría parte de su familia, clan y tribu. Privas a estas entidades de toda una serie de miembros que descenderían del asesinado. Además, cortas la memoria que sus hijos conservarían sobre ancestros del asesinado y privarías a la tribu de miembros, que son siempre necesarios para su defensa y fuerza de trabajo.
Por eso, la justicia bantú no se conforma con poner una pena individual al homicida. Es necesario compensar a la familia, clan y tribu por esa parte perdida y sus consecuencias colectivas. Toda la cadena queda debilitada.
El Bantú no piensa en un futuro lejano o escatológico del fin de los tiempos. No espera un Juicio Final. La historia humana no tendrá una fase final apocalíptica.
Para él no hay un Más Allá que está desconectado con el Más Acá. Para él, eso que llamamos Más Allá (Zamani, en swahili:) coexiste con el Más Acá (Sassa, en swahili). No se trata de dos formas de existencia sucesivas, sino simultáneas. El Más Allá no está lejano. Ya está aquí, al otro lado.
No son dos tiempos que vienen uno después del otro, sino que existen simultáneamente en la vida cotidiana del bantú.
Es lo que llamo visión simultánea del Gran tiempo. En ella no existe el mito del Progreso de la visión lineal no el mito del Degreso de la visión circular y cíclica. Simplemente se trata de dos dimensiones del Gran Tiempo, que coexisten y se influyen mutuamente.
El tronco del árbol
Simboliza el momento del razonamiento o la lógica que se sigue a partir de esas creencias básicas. El argumento es muy sencillo: Creo en esto, por tanto, el poder político, el matrimonio, la familia, la moral, la relación con la divinidad, el sistema educativo, el sistema económico, etc. debe ser de esta manera.
Toda la sociedad, con sus distintas instituciones, está organizada según el razonamiento que sus dirigentes hacen a partir de esos mitos p creencias básicas. Si quiere cambiar la forma de organización de esa sociedad es necesario conocer los razonamientos que la justifican. Y, para conocer la lógica de esos razonamientos, es imprescindible conocer los mitos en los que se fundamentan.
Son muchos en Occidente los que creen que otras culturas no tienen una verdadera filosofía o lógica racional. Es un gran error. En todas las culturas se razona a partir de unas creencias básicas lo mismo que hacen todos los filósofos occidentales.
Las ramas del árbol
Aplicaciones concretas
de las creencias básicas
El matrimonio
Estas creencias del Gran Tiempo condicionan la visión de los acontecimientos del presente. Condicionan el sentido de las instituciones sociales: justicia, política, multitud de leyes, etc. Por ejemplo, la institución del matrimonio tiene diferente significado en cada una de esas visiones del tiempo. Mientras no se cambie la visión del Gran Tiempo, no podrá haber una legalidad sobre el matrimonio común a todos los pueblos. Y esto sucede con las demás instituciones sociales.
En la visión lineal, el matrimonio es una institución para regular la unión entre hombre y mujer. Sólo sirve para su existencia en la Tierra. En el Más Allá no tendrá validez alguna. La vida en el Más Allá es unipersonal y permanece la identidad personal para toda la eternidad.
No habrá marido y esposa, padres e hijos, etc. El matrimonio terrenal sólo vale para el Más Acá. Tras la resurrección, los hombres serán como ángeles. No habrá procreación. La historia humana con todas sus instituciones habrá terminado. No habrá ningún tipo de retorno a esta vida en la Tierra.
En la visión circular cíclica, el matrimonio está marcado por el hecho de la reencarnación de sus miembros. Sólo tiene un sentido terrenal y es de por vida. Sus objetivos son la procreación y la felicidad de los esposos. Es un compromiso sagrado o sacramento (samskara).
Las acciones dentro del matrimonio también forman parte del karma,[8] que decidirá la próxima reencarnación de cada miembro. No obstante, tras la muerte el alma de cada esposo queda libre de todas sus obligaciones matrimoniales. Entra en un proceso que, en caso de que el karma resultara negativo, tendrá que reencarnarse de nuevo, en un nuevo cuerpo, que puede no tener nada que ver con el anterior. Podrá volver a formar un matrimonio nuevo, sin relación alguna con el anterior.
Es el alma la que vive el ciclo de nacimientos y muertes hasta que alcance un karma positivo y entre en una existencia en el Más Allá que ya no tendrá retorno.
Tras la muerte, el alma queda libre de todas sus relaciones terrenales anteriores. Deja de ser esposo o esposa, padre o hijo, etc. Se reencarnará según el karma que haya tenido. Su identidad espiritual será la misma, pero su identidad terrenal cambia según la encarnación que tome. Puede reencarnarse en un nuevo miembro de la familia que nace. Un niño puede ser la reencarnación de su abuelo. Es más, hay tradiciones en las que la reencarnación es siempre dentro del grupo.
Hay que tener en cuenta que le reencarnación tiene varias interpretaciones, según la tradición de que se trate. En la versión más actual, el alma puede incluso elegir su propia reencarnación.
Esta visión del matrimonio no encaja en la visión lineal del tiempo ni tampoco en la simultánea.
En la visión simultánea, el matrimonio y la familia adquieren un sentido que no tiene en las dos visiones anteriores. En primer lugar, el matrimonio es necesario. Nadie quiere vivir esta vida sin tener hijos. Si alguien se muere sin tenerlos, no tendrá quien la recuerde tras la muerte y pasará directamente al nivel de los espíritus.
La Memoria de los hijos y demás miembros de la familia hace que el que nuere se convierte en un “muerto viviente”. Esto equivale a que no termina de morir mientras quede alguien que lo recuerde. Permanece unido a sus seres queridos, que tienen la obligación de fomentar esa memoria mediante ritos y oraciones.
La soltería no es bien vista. Tampoco se concibe un matrimonio sin hijos. Y si los esposos no pueden tener hijos, tienen una salida jurídica: la del “matrimonio ficticio”. Encargan a dos jóvenes que tengan X hijos por ellos a cambio de una recompensa acordada. Esos niños pasan a pertenecer al matrimonio que pagó la recompensa con todos los derechos como si fueran verdaderamente sus hijos biológicos.
Por lo tanto, tras la muerte se mantienen las relaciones familiares durante un tiempo, que son de suma importancia tanto para el que muere como para los que deja en esta Tierra. Siguen viviendo juntos dos dimensiones simultáneas del tiempo: la de Acá y la de Allá o del otro lado.
La Declaración Universal de los Derechos HumanosRELATIVIDAD CULTURAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
Esta Declaración pretende tener un valor universal. Es el fundamento de las legislaciones de los países democráticos occidentales.
Sin embargo, derechos como la libertad de conciencia, la libertad de pensamiento, de religión o de sindicación no son aplicables en la cultura hindú y tampoco en la bantúes.
En la carta de dice que son universales, porque son naturales. Pertenecen a la esencia misma del ser humano. Por tanto, deben ser recogidos como tales en todas las legislaciones fundamentales de todas las culturas.
En la visión circular y cíclica del hinduismo carece de todo sentido decir que son naturales. La creencia en la reencarnación de las almas no admite ese carácter natural y universal. Cuando uno muere, su alma se despide del cuerpo, Si tiene que reencarnarse lo puede hacer en un cuerpo que nada tiene que ver con el anterior.
Cada reencarnación depende del karma en la vida anterior. Si fue muy negativo, podría reencarnase en un cerdo u otro animal cualquiera como castigo.
Si así fuera, sería un absurdo hablar de sus derechos humanos. Sólo volverá a tenerlos cuando se reencarne en otro cuerpo humano. Para eso, su karma al final de unan vida tiene que ser lo suficientemente positivo como para volver a reencarnarse en otro cuerpo humano y así volver a tener derechos humanos.
Esto lleva a la consecuencia de que los derechos humanos hay que ganárselos en cada encarnación humana del alma. Nadie nace con los Derechos Humanos ya adquiridos por el mero hecho de ser humano.[9]
En la visión simultánea de los bantúes, la libertad de conciencia se opone a su creencia sobre la esencial pertenencia del individuo a la familia, su tribu y sus tradiciones.
Decirle a un joven que tiene libertad para pasarse a otra religión, por ejemplo, significaría desligarse de sus antepasados y de sus creencias ancestrales. Sería como borrar de su memoria a sus padres ya difuntos. En una palabra, sería un verdadero sacrilegio.[10]
Además, en la tribu a la que se quiera pasar podría ser recibido como un brujo y provocar un rechazo tal que podría ser condenado a muerte.
Algo muy parecido sucede con las demás libertades recogidas en la carta.
La autoridad en cualquiera de sus dimensiones nunca va de abajo arriba. Siempre va al revés. Reside siempre en los de mayor edad. Y es que el tiempo aumenta el grado de ser de una persona. Los más ancianos son ontológicamente superiores a los más jóvenes. Y estas creencias no son compatibles con la esencia de las democracias occidentales. En ellas todo va de abajo arriba, del pueblo a las autoridades que gobiernan.
Entiendo que es una de las razones profundas del fracaso de las democracias africanas importadas por Occidente. Dejaron tras de sí una verdadera colonización política, que tuvo y sigue teniendo importantes reacciones en contra.
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Se podrían poner otros muchos ejemplos de cómo esas creencias básicas o mitos determinan e impregnan toda la estructura de una cultura o forma de vivir de un pueblo. Si eres europeo y te encuentras con un hindú o un bantú difícilmente podrás comprender su forma de sentir (ethos) la moral, la autoridad, la familia, la esencia del ser humano o su forma de imaginarse a la Divinidad Suprema o Dios, si primero no conoces sus mitos fundamentales.
Te resultará inaceptable que te digan que te podrás reencarnar tras la muerte en cualquier ser infrahumano, si tu karma resulta muy negativo al fin de esta vida que tienes ahora. Te extrañará que a un bantú no le interesa en absoluto el derecho de libertad de conciencia, que, para ti, es el derecho clave de todos los demás derechos fundamentales. No entenderás por qué una persona soltera no es bien vista entre los bantúes.
Tú eres prisionero de la celeridad del tiempo. Tienes prisa de hacer muchas cosas. Te dicen que el tiempo es oro y por eso hay que aprovecharlo al máximo. Necesitas tener controlado el tiempo con tú reloj, que te marca segundos, horas y días. El poeta romano Horacio te dice que “aproveches el día” (Carpe diem), porque no retornará.
El bantú nunca tiene prisa. No le importa mucho llegar tarde a una reunión. Se da por hecho que puede suceder y no le reprocharán por eso. Hay que dejar que el tiempo transcurra sin apremiarle, para que pase más rápido. Lo que haya de suceder, sucederá.
El poeta de Camerún B. Diop dedica los siguientes versos a la permanente presencia de los muertos en este mundo:
Los que han muerto no se han marchado nunca.
Están en la sombra que se aclara
Y en la sombra que se espesa.
Los muertos no están bajo la tierra.
Están en el árbol que tiembla
Y en el boque que gime.
En el agua que corre
Y en el agua que duerme.
Están en los sótanos y están entre la gente.
Los muertos no está muertos.
Los que ha muerto no se han ido nunca.
Están en el seno de una madre.
Están en el niño que llora y en el tizón que arde.
Los muertos no están bajo la tierra.
Están en el fuego que se extingue,
En las hierbas que gimen
Y en la roca que clama.
Están en el bosque y están en la cabaña.
Los muertos no están muertos.[11]
En una palabra: Los muertos siguen presentes entre nosotros de múltiples maneras. No se han ido. Están aquí mientras alguien los recuerde.
Con este árbol cultural destaco una vez más la relatividad, que no el relativismo, de los valores y creencias de cada cultura. No existe la cultura única verdadera ni, por tanto, ninguna de sus religiones.PRINCIPIO DE RELATIVIDAD CULTURAL contra dogmatismo, relativismo y etnocentrismo
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[1] Para una explicación más detallada, véase mi libro La educación y sus factores. Servicio Publicaciones. Universidad de Oviedo. Oviedo, 1998. Pgs. 64-66.
[2] Cfr. en mi web “El mito <científico> del Big Bang”.
[3] Véase en mi web el artículo “El problema del mal”.
[4] Cfr. en la web “Avelino de la Pienda” el artículo “Creyente por necesidad. Ateo por obligación”. Mi libro El Problema de la religión. Edit. Síntesis. Madrid. 1998. Reedición en formato electrónico.
[5] Véase en mi web el artículo “Los nombres de Dios son una creación humana”.
[6] Cfr. mi libro: Paraísos y utopías. Una clave antropológica. Ediciones Paraíso. Oviedo. 1996. (Está agotado. Sólo quedan algunos ejemplares en poder del autor).
[7] Véase mi libro Los mitos del Gran Tiempo y el sentido de la vida. Filosofía del tiempo Edit. BIBLIOTECA NUEVA. Madrid, 2006.
[8] Karma es una especie de ley moral. Al terminar una existencia terrena se suman las buenas y malas obras. Es como un Juicio final particular de cada uno y que se aplica al final de cada de cada vida en esta tierra. Si la suma sale negativa, el difunto tendrá que volver a reencarnarse, para redimirse a sí mismo en una nueva existencia. Las acciones realizadas en una vida determinan el tipo de cuerpo y las circunstancias que el alma experimentará en la siguiente.
[9] Véase en mi web el artículo “Humanismo sin fronteras. Relatividad cultural, no relativismo”.
[10] Véase en mi artículo “La visión del mundo y Derechos Humanos en las tradiciones negroafricanas”. Rev. MAGISTER, Nº. 18, Servicio Publicaciones Universidad de Oviedo, 2002, pp. 61-88. Y también mi artículo “Sentido de la vida y la educación en los mitos del Tiempo”. Rev. LUCUS, Nº. 1, Oviedo, 2000, pp. 221-246.
[11] M. Combarros: Dios en África. Valores de la tradición bantú. Editorial Mundo negro. Madrid, 1993, pp. 92s. Lo toma de B. Diop: Souffles: Pirogue 13(1970) 13.